lunes, 25 de enero de 2010

EL CÍRCULO DE LA PREGUNTA 4

José Arellano Pérez
La iglesia dice: El cuerpo es una culpa. La ciencia dice: El cuerpo es una máquina.La publicidad dice: El cuerpo es un negocio.El cuerpo dice: Yo soy una fiesta. Eduardo Galeano (Ventana sobre el cuerpo) EL PRIMER ENEMIGO ¿NOSOTROS MISMOS?
Dice en alguna parte de este famoso libro que millones de seres humanos toman como palabra divina que “vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio” Como siempre este tipo de frases, nos remiten a la sabiduría popular y nos sintetizan la experiencia que se ha ido acumulando durante siglos. Es por eso que nos parece necesario abordar esta importante idea en relación con nuestra cultura política. Quizás todos seamos capaces de describir las características básicas de la forma de hacer política en nuestro país, pero pocos estamos dispuestos a aceptar que todos esos vicios y lacras que forman parte de esa chatarra política integran nuestra herencia y nuestro referente inicial en el actuar político, aunque esperemos que no nuestro destino. Todo esto viene a cuento, porque los tiempos apremian y día con día nos encontramos con acontecimientos que nos ponen en serias dudas respecto a la capacidad que los seres humanos tenemos para buscar la felicidad. Es por ello que, entendiendo que somos parte de este mundillo de las mafias, deberíamos empezar por reconocer nuestra pequeña-gran viga en el horizonte inmediato de nuestros ojos y de nuestra personalidad. Claro que esto no se expresa de manera clara desde cualquier lugar y en cualquier circunstancia, pero aflora en nosotros a la primera provocación. Es un lugar común el que una persona que llega a algún puesto político cambie hasta su forma de ser, inclusive con la gente cercana a él o a ella. También lo es que la vida económica de quien accede a la clase política cambia de manera inmediata a costa del erario público y del tráfico de influencias. Para nadie es un secreto que la gente cambia radicalmente apenas tiene poder o lo que se considera como poder. Frases comunes como “míralo, ya se le subió” o “primero vino a prometer y ahora ni se acuerda” forman parte de la cotidianidad de nuestras relaciones con el poder y su significado. Sabemos que la cultura política mexicana está cargada de autoritarismo, agandalle, acuerdos en lo oscurito, verticalidad, traición y en fin toda una serie de “bonitas prácticas” que hacen de nuestra forma de hacer política un oficio de verdaderos trapecistas, mentirosos y seres convenencieros que tienen que aprender a comer sapos sin eructar. De hecho, somos capaces de reconocer todo esto en los demás y quejarnos amargamente porque los políticos que recurren a tales mañas, siempre se salen con la suya. Pero la pregunta ahora es para nuestro fuero interno: ¿Somos capaces de reconocer todos esos vicios y otros peores en nosotros mismos? ¿Somos capaces de aceptar que hemos heredado patrones de conducta y valores pragmático utilitaristas que nos hacen propensos a caer en los mismos vicios que criticamos, apenas se nos presenta la oportunidad? No se trata de entrarle a un juego que nos deje pasmados ante la realidad y nos lleve a darnos golpes de pecho mientras las cosas siguen igual. Se trata de algo un poco más complicado: se trata de que una vez que aceptemos esta realidad; seamos capaces de estar alertas ante nuestras propias debilidades y a través de esto estemos dispuestos a construir algo distinto, algo que marque la diferencia, algo que signifique una verdadera alternativa y que promueva nuevos caminos por andar y por conocer. Se trata de que aceptemos que nuestro primer enemigo, si es que realmente estamos tratando de construir un mundo mejor para todos y todas, somos nosotros mismos. Se trata de que “nos venzamos a nosotros mismos”, por que si no lo hacemos, seguramente seremos reproductores de esa forma de ser y de actuar que terminará con nuestras esperanzas y de las de aquellos que confían en sus dirigentes o en sus compañeros de lucha. En fin, se trata de que confiemos en la fuerza que todo ser humano posee para buscar la superación y para vivir con dignidad y que hagamos que esa fuerza se exprese en nuestras familias; en nuestras organizaciones; en nuestro trabajo, en nuestra comunidad, en cada uno de los espacios en que “el hacer distinto” se transforme en un contrapoder que sea una fuerza que se oponga al frívolo poder que se regocija en sí mismo, pero que no tiene como prioridad al ser humano, sino al estúpido deseo de controlar lo que no conoce y por lo que no está dispuesto a sacrificarse.

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