miércoles, 13 de enero de 2010

EL CÍRCULO DE LA PREGUNTA

EL CÍRCULO DE LA PREGUNTA 1

José Arellano Pérez

"Allí donde todos callan,él hablará.Allí donde reina la opresión,donde se habla del destino,él citará nombres concretos"
BERTOLD BRECHT



¿VALE LA PENA LUCHAR POR UN MUNDO MEJOR?

A veces el cansancio nos gana, la desesperación se apodera de nosotros y no encontramos salidas. Parece como si el mundo tuviera una lógica que no deja resquicio para la rebeldía, para la construcción de lo nuevo, de lo mejor. Parece como si todo se empeñara en decirnos que nada es posible, que los límites ya están bien marcados, que los poderosos siempre se saldrán con la suya y que eternamente encontrarán una máscara adecuada para esconder su salvaje apropiación de los bienes de todos.

A veces la desesperación se traduce en conformismo y nos parece que podemos ver el mundo, aunque sólo veamos su pálido reflejo, como si estuviéramos enchufados a una máquina que nos aleja de la realidad, que nos mantiene ajenos a nuestra propia conciencia.

A veces el conformismo se convierte en hartazgo y nada nos satisface y todo nos parece inocuo, vacío, como si estuviéramos en una película sin argumento, donde las escenas inconexas se dan paso unas a otras, sin nada que las amalgame, sin nada que les dé sentido.

A veces el hartazgo se transforma en enajenación, esa que no dice su nombre, pero que nos atraviesa el corazón y la mente, que nos mantiene pensando sin pensar, que nos hace actuar desde lo ajeno, que nos hace “ser” para los demás, que nos mantiene alejados de nosotros mismos

A veces la enajenación se vuelve angustia, esa que nos hace necesitar más aire; que nos mantiene preocupados por todo, que no nos deja vivir el presente, que nos hace pensar que el pasado y el futuro se confabulan contra nosotros.

A veces la angustia se vuelve miedo, ese cruel acompañante que nos mueve el instinto, que nos mantiene alertas y ansiosos esperando el cataclismo, esperando la muerte o esperando la dolorosa vida.

A veces el miedo se convierte en depresión, esa otra cara de la muerte, ese vacío insondable, esa cadena de frustraciones que nos deja a un lado del camino por un rato, que nos deja sin aliento y sin alma por una eternidad.


A veces la depresión se traduce en ansiedad; esa arritmia que nos lleva al pánico, al miedo de perdernos en algún camino, al temor de perder por un momento el ánimo o el contacto con el mundo.

A veces al juntar estas palabras y reflexionar sobre su contenido: desesperación, conformismo, hartazgo, enajenación, angustia, miedo, depresión, ansiedad.

Nos parece que algo anda mal, que no es posible que estas palabras marquen el destino de los seres humanos, que no es justo que esto sea lo que describa nuestra vida y enmarque nuestro futuro.
Y es entonces cuando aparecen las salidas, cuando surgen las explicaciones, cuando se empiezan a mover los paradigmas.

Es entonces cuando la mirada de un niño nos parece motivo suficiente para pensar que sí es posible que las cosas cambien, que sí vale la pena luchar por algo diferente.

Es entonces, cuando nos convencemos nuevamente que todo está por hacerse y que debemos seguir intentándolo. Que debemos armarnos de una nueva dosis de esperanza y otra buena dosis de voluntad para seguir insistiendo. Que debemos volver a aliarnos con la utopía, mirándola como un camino abierto a lo desconocido, como un sueño soñado por muchos, como una intuición profundamente enraizada en lo colectivo.


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